domingo, 28 de septiembre de 2008

Standing Next To Me

En una reciente fiesta conocí a unos personajes muy simpáticos, como es costumbre termine hablando de música y me recomendaron la siguiente banda, primero solo los escuché, luego busqué videos y mi sorpresa cuando los vi como una reencarnación de una época dorada de los Beatles, allá por 1962, 63...solo por el físico y el concepto, pero la música no deja de ser buena.
Damas y Caballeros, es mi placer presentar a The Last Shadow Puppets con Standing Next To Me...

viernes, 19 de septiembre de 2008

Dhaniel

No sé si fue la tristeza o las puras ganas de amar, me han dicho que de las pasiones pasadas se sacan los mejores amigos, pero yo creo que los amigos se conocen mejor en la cama.
Me han llamado intensa por no controlar mi líbido, no me interesa su control, es mucho más productivo cuando él me controla a mí.
Es algo que siento en las manos, en las ganas de besar, en las piernas delgadas, en el estómago un espiral.
Tenía años sin verlo, más de dos, manos delgadas, dedos acostumbrados a la guitarra, ojos grandes, nariz grande, estaba más flaco que nunca, eran los cambios alimenticios, pero nunca logró dejar el vicio por el humo.
Verdadera casualidad, comenta que no me reconoce, que estoy más delgada y alta, que el bronceado me favorece y que mi mirada no es igual, de hecho las cosas ya no las veo igual.
Le pregunto si le agrada mi cabello rojo, dice que sí, pero son sus ojos grandes los que no mienten, los que hablan sin hablar, me invaden las ganas de tenerlo ya, de todas formas yo estaba en la capital solo por ese día, mañana regresaría a donde no lo vería más, “Vamos a cenar”.
Dhaniel, ojos grandes, mi cena serán sus labios y su voz, el deseo de ser su guitarra por unas horas, de sentir los dedos largos por mi teñido cabello.
Dos ensaladas para el vegetariano y la pelirroja, Dhaniel debe leer el deseo en mis ojos verdes por que sigue mi juego a la perfección: la charla trillada, los martinis en la barra, una mano sobre su huesuda pierna, un secreto al oído.
¡Taxi para dos! Llévenos a mi hotel o a cualquier lugar para hacer el amor.
Desde que estudiaba en la preparatoria no me comía a besos en un coche de sitio, aunque me tuerza la espalda con mi extraña postura en el asiento, sígueme besando.
Es una locura, una bendición, contra la pared del pasillo lleno de puertas de cuartos, la temperatura no puede subir más, el deseo concretado en una maraña de sensaciones. Más…
Dentro de la habitación la ropa estorba demasiado, desnudar con rapidez y sin mirar atrás, rápido, sin pensarlo, sin meditarlo ya, en el piso, en la cama, qué importa… Mío por un momento, un momento que se siente como la eternidad.
Ojos grandes, mírame antes de que se acabe, escúchame decir lo que no repetiré. Dhaniel, si fueras un campo, me perdería en tus fresas, si fueras una sola frutilla, te acabaría a besos.
Dhaniel, pídeme que me quede aquí… soy una guitarra, tu un guitarrista, haz conmigo una melodía, escribe en mi piel una canción de amor, tócame con dulzura, tócame con pasión…
Esta noche lo que quieras soy, lo que quieras te doy, esta líbido todo lo controla, todo lo envuelve en amor.
Prende un cigarro, sécame el sudor.
Dhaniel, eres mi noche, yo soy tu trovador.
Dichosa casualidad habernos visto, haber comprobado lo buen amigo que eres, tan buen amigo que me dan ganas de volver a ser tu canción…

sábado, 6 de septiembre de 2008

lunes, 1 de septiembre de 2008

Fría elegancia de la soledad - Como una perla

Pálida desnudez que la hacía brillar en la penumbra del cuarto de cortinas cerradas.
Eres como una perla, dijo él para hacerla volver a la cama.
No importaba ya, nada tenía más sentido. De pronto, entre el sopor del sudor hecho vapor, el incienso y el cigarrillo, se percató de su error, de todos los segundos que había malgastado regalándolos a alguien que nunca se comprometería, alguien que ni siquiera se ocupaba de vivir. Su vida era más bien una constante muerte, entre sus anemias, vicios, riegos y ataques depresivos, lo más seguro era que un día la llamaran para pedirle que usara un vestido negro por que había sido encontrado con la piel fría y los ojos en blanco en medio de su alcoba.
Ya habían hablado de su cercana muerte, del vestido negro que ella usaría. Pero sabía que lo más probable es que nadie le avisara cuando él falleciera. No tenemos a nadie en común, era cierto, se habían conocido cuando ella le pidió un cigarrillo en una fiesta y a él le llamó la atención el negro de sus cabellos que era como el esmalte de sus uñas.
Vivían en mundos distintos y distantes, discutían a causa de esto constantemente pero algo inexplicable los unía, lo llamaban “la chispa adecuada” y de vez en cuando, siempre que él lo quería, la llamaba para invitarle un café, un café que terminaba siendo una cerveza, que conllevaba a un repaso de las rutinas vividas, de las pocas emociones nuevas, pero siempre a notar que no había seres más distintos que aquellos dos. Luego se iban al departamento de ella, un pequeño cuchitril con el aroma ya impregnado en la pintura de las paredes a incienso y la música hindú resonando en un eco sin final, ahí se metían lo que encontraban: cualquier droga, cualquier licor, para proseguir a desnudarse frenéticamente sin separar los labios de los ajenos ni un momento.
Era como un huracán cuando se encontraban, ya habían recorrido todos los rincones del apartamento. Su lugar favorito, sin duda, era la cocina: jugaban a vendarse los ojos y untarse mermelada, chocolate, miel, mantequilla de maní, o lo que fuera, y luego retirarla con la lengua de la piel del compañero cegado. Luego se bañaban juntos para eliminar lo pegajoso y empalagoso que resta en la piel y por último dormían se secarse, rendidos por la faena de amarse sin descanso.
A veces duraban tres horas en el acto y dormían dos por cada hora amada.
Al despertar él se iba, a veces ella contaba con la suerte de notarlo, otras despertaba sola y adolorida, lo único que quedaba era la mitad de la cama húmeda.
De estas aventuras llevaban dos años, lo que recibían era una felicidad momentánea, después todo regresaba a su lugar.
Ella no era prostituta, pero tenía necesidades que satisfacer, ¿él? Él era simplemente complicado, nunca aprendió a comprometerse y su meta en la vida no era el amor, era una iluminación al estilo Siddharta para dejar de sufrir de una vez por todas.
Aquella tardía noche de temprano amanecer, ella se levantó antes que él por que soñaba una pesadilla.
Se soñó vestida de negro, con medias de red y altos tacones afilados, era tan clara que parecía un retrato en blanco y negro si no fuera por el chocolate de sus ojos.
En medio de una habitación roja vio una caja de muerto, al asomarse notó el cadáver frío de aquel que fuera su amante. Se veía hermoso, con una paz anhelada que la meditación nunca le dio en vida, sus manos olían a tabaco como siempre y ella se sintió de pronto muy triste, lloró como solo en los sueños se llora y despertó con un firme pensamiento: No es mi amigo, no es mi pareja, es lo más cercano que conozco al amor, la satisfacción de mi narcisismo más elemental, si no lo tengo a él no tengo a nadie, y al final del día no lo tengo ni a él.
Se miró al espejo y vio en su reflejo la fría elegancia de la soledad, él era su única oportunidad, lo más cercano al amor que conocía, si él moría ella jamás lo sabría, al despertar él solo haría algo: dejarla como siempre.
Prendió la música y una cítara frenética despertó al compañero.
Eres como una perla, dijo él para hacerla volver a la cama.
En la penumbra él no pudo ver con claridad qué llevaba ella entre las manos, se acercó y le dio un largo beso, un beso diferente, un beso lento que sabía a cariño, a protección, cuando terminó él pudo ver con el reflejo de la luz sobre la blanquísima piel el brillo de un cuchillo de cocina.
Una profecía no cumplida, ella supo muy bien cuando él murió, lo supo por que dejo de mover la mano y se enfrió su piel. Entonces sacó el vestido negro del que había hablado, los tacones y las medias de red y se arregló para ir al funeral de su hombre amado.