---La tormenta---
La locura del cuerpo poseído, la rutina de los amantes que se conocen de hace tiempo, Dolores de espaldas, contra la pared, su amante embriagado por sus gemidos y sus formas, sabe perfectamente a qué ritmo debe moverse y en qué parte ha de morderla para hacerla gritar como una loca, no pierde tiempo y lo hace, jala su cabello con fuerza y los ojos de Dolores se invaden por una luz blanca, la luz inequívoca del máximo placer. Ese juego de poder es su perdición, juegan a la víctima y al domador, aquí nadie pierde, al contrario, ambos disfrutan de darse y recibirse.
Mirarse reflejados en aquel tremendo espejo, ahora brincando hacia la cama sin perder un solo momento. El cansancio no importa, todo es mental asegura él, y de los labios de Dolores, en medio de gritos, escapa la temida frase que perturba a su interlocutor: te amo.
Se detienen por un instante y él mira el rostro sudoroso con ojos como platos, puede ver su miedo, la pena de ser descubierta, en él es difícil leer las miradas, pero dentro de su mente se pregunta por qué no puede entregarse de igual forma. Aquello no es recíproco.
Aquel orgasmo es serio, casi comprometido. En silencio se visten despacio sin mirarse, de repente un pudor los invade, se notan serenos pero por dentro sus mentes no dejan de trabajar. El amor se les atravesó entre las piernas y entre responsabilidades y defectos, se avecina una fuerte tormenta.
La locura del cuerpo poseído, la rutina de los amantes que se conocen de hace tiempo, Dolores de espaldas, contra la pared, su amante embriagado por sus gemidos y sus formas, sabe perfectamente a qué ritmo debe moverse y en qué parte ha de morderla para hacerla gritar como una loca, no pierde tiempo y lo hace, jala su cabello con fuerza y los ojos de Dolores se invaden por una luz blanca, la luz inequívoca del máximo placer. Ese juego de poder es su perdición, juegan a la víctima y al domador, aquí nadie pierde, al contrario, ambos disfrutan de darse y recibirse.
Mirarse reflejados en aquel tremendo espejo, ahora brincando hacia la cama sin perder un solo momento. El cansancio no importa, todo es mental asegura él, y de los labios de Dolores, en medio de gritos, escapa la temida frase que perturba a su interlocutor: te amo.
Se detienen por un instante y él mira el rostro sudoroso con ojos como platos, puede ver su miedo, la pena de ser descubierta, en él es difícil leer las miradas, pero dentro de su mente se pregunta por qué no puede entregarse de igual forma. Aquello no es recíproco.
Aquel orgasmo es serio, casi comprometido. En silencio se visten despacio sin mirarse, de repente un pudor los invade, se notan serenos pero por dentro sus mentes no dejan de trabajar. El amor se les atravesó entre las piernas y entre responsabilidades y defectos, se avecina una fuerte tormenta.